JEAN GENET

De cuantos escritores retrata Binnet en su 'Patrix, Saint-Germain-des-Prés': Boubal, Boris Vian, Jacques Prevert, Jean-Paul Sartre, etcétera, en ese lienzo que pasa por ser la imagen oficial del existencialismo, no hay duda de que el más rebelde de todos es Jean Genet. Así como la gran cantante Juliette Gréco -también incluida en la tela- era la imagen turistica de aquella intelectualidad que ahogaba su desencanto en el Pernord bebido en el Café de Flore, Genet fue a representar al anticristo del grupo. Como con tanto acierto apunta Alain Verjat en la 'Historia Universal de la literatura', lo suyo era cultivar la abyección con la esperanza de contaminar al mundo entero. Motivos no le faltaban, unos meses antes de que el pintor lo inmortalizara, Genet -delincuente habitual y pederasta- había sido eximido de pasar el resto de sus días en la cárcel merced a una petición de indulto, encabezada por Sartre y Jean Cocteau y secundada por los más prestigiosos intelectuales, dirigida al presidente de la República Francesa.



Tal vez sea Francia -si se nos permite la expresión- la patria de la literatura maldita. Allí nacieron François Villon, Sade, Rimbaud y Baudelaire, pero sería con Genet con quien el malditismo alcanzaría su máxima expresión. Para él, lo sagrado era el sacrilegio contra los valores ensalzados por la moral al uso. Así, su inspiración puede resumirse en tres cuestiones: el crimen, la homosexualidad y la traición, trinidad en torno a la cual girará toda su obra.

Orfanatos o campesinos

Nacido en París, el 19 de diciembre de 1919, hijo de padre desconocido, el futuro escritor también será abandonado por su madre. Aunque en alguna de las solapas de sus novelas se dice que su infancia transcurrió orfanatos y correcciones, el autor apunta en 'Diario del ladrón' (1949) que su educación estuvo al cuidado de una familia de campesinos de Morvan. En cualquier caso, a los 16 años, Genet se alista en la Legión Extranjera, de la que no tardará en desertar para convertirse en un vagabundo. Como tal visitará España, entre otros lugares de Europa, y nuestro país le inspirará algunas de las mejores páginas de 'Diario del ladrón'. Lejos de esos vagabundos idealizados que nos presentan Chaplin y Gorki, Genet conocerá todas las miserias inherente al truhán: roba, se prostituye con otros hombres e incluso intentará asesinar a algunos de sus compañeros...

Ya convertido en delincuente habitual, pasará largas temporadas en la cárcel. Allí, entre rejas, escribirá una impresionante elegía, 'El condenado a muerte' (1942), cuyo título no deja lugar a dudas. Dedicados a un amante ejecutado por homicidio, los versos en cuestión comenzarán a ser difundidos en ediciones clandestinas. Si bien la literatura de ladrones, distribuida casi siempre con todo el secretismo que el tema requiere, constituye un pequeño género de las letras galas, que conoció su días de gloría a finales del siglo XVI y principios de XVII y, como recuerda Jorge Urrutia en el prólogo a la edición castellana de 'Diario del ladrón' (Seix Barral, 1983), tiene uno de sus mejores ejemplos en 'La desordenada codicia de los bienes ajenos' -escrito, curiosamente, por el emigrado español Carlos García-, será con Genet con quien tan peculiar variedad literaria alcance su mayor registro. La lírica del escritor es tan intensa que inspirará a Sartre 'San Genet, comediante y mártir' y acabará por sacarle de la cárcel.

Recuerdos de vagabundo

Redimido de su triste destino por la literatura, siempre basadas en sus recuerdos de vagabundo, homosexual y convicto publicará las novelas 'Nuestra señora de las flores' (1944), 'El milagro de la rosa' (1946), 'Pompas fúnebres' y 'Querella de Brest', las dos últimas de 1947. En todas ellas, para muchos consideradas poemas en prosa, el crimen adquiere una dimensión que la crítica sitúa próxima al misticismo.

Los comienzos del Genet dramaturgo, para algunos superior al novelista habida cuenta de que su ritual de la profanación encontrará en las tablas un medio más idóneo, también datan del 47. Es entonces, con todo Saint-Germain rendido a sus pies, cuando estrena 'Las criadas', acaso su obra más celebrada. A ella seguirán 'Estricta vigilancia' (1949), 'El balcón' (1956) -cuyo título alude a un burdel donde los clientes pretenden transformarse en quienes quisieron ser-, 'Los negros' (1958) y 'Los biombos' (1961). Saïd, el protagonista de esta última pieza, pronuncia en ella una frase que bien puede resumir el espíritu del Genet dramaturgo: "Seguiré pudriéndome a mí mismo hasta el fin del mundo para pudrir al mundo entero".

Aplaudido internacionalmente, en los años 60 Genet abandona la literatura para dedicarse a lo que él mismo llamará la causa de "los proscritos y oprimidos". Esto le llevará a Estados Unidos, donde se solidariza con los movimientos de liberación de los negros, para viajar posteriormente al Líbano y escribir varios textos en favor de los palestinos. 'Cartas a Robert Blin' (1966), donde expone sus teorías sobre la dramaturgia, y el libro póstumo 'El cautivo enamorado', aparecido en 1986, meses después de su muerte, acaecida el 15 de abril de ese mismo año, son sus últimas publicaciones.

FUENTE:
JAVIEN MEMBA
EL MUNDO.ES