EL CATETO

EXTRACTO DE LA HOJA DE SERVICIOS DEL CAPITÁN DE LA LEGIÓN DON CARLOS TIEDE ZENEN

El día 13 emprende la marcha al mando de su compañía y a retaguardia de la Bandera en dirección a Badajoz, llegando a las inmediaciones de la misma a las 04´00 horas; poco después emprende la marcha a pie para envolver Badajoz fuera del alcance del fuego de fusil y cañón de la ciudad. Atraviesa la carretera de Los Santos (se refiere a la carretera Badajoz-Granada, más conocida como carretera de Sevilla) y al anochecer, a llegar a la carretera de Olivenza, avanza a retaguardia de la columna contra Badajoz. Un cabo de Regulares que marcha en vanguardia, se apodera del Cuartel de Menacho a pesar del violento fuego enemigo, quien tiene perfectamente enfilada con sus fuegos la citada carretera, haciendo necesario buscar los abrigos de la cuneta de la carretera para evitar bajas.

Al mando de su Compañía se establece durante la noche en un grupo de casas, montando el servicio de seguridad. El 14, calmado ya el fuego enemigo, entra al mando de su Unidad, a las 08´00 horas en el Cuartel de Menacho. Todo el Cuartel está bajo un fuego violentísimo del enemigo que, a una distancia de 200 metros, tiene perfectamente enfiladas todas las ventanas y puertas del Cuartel. Se hace necesario poner colchones y sacos de arena en ellas, mientras nuestra Artillería bombardea, auxiliada por los aviones, el Cuartel de Caballería (se refiere al Cuartel de la Bomba) que a cien metros de nosotros está aún ocupado por el enemigo. Cerca de las 12´00 horas parte de oficiales y soldados enemigos, que defienden aquél Cuartel, se pasan a nuestro lado, pero, no obstante, sigue el fuego violento, pues han sido sustituidos por milicianos rojos.

Cerca del mediodía y, seguramente a consecuencia del bombardeo de nuestra Artillería, Aviación y el tiro eficaz de nuestras ametralladoras, cesa algo el fuego enemigo.

A las 14’00 horas este Capitán recibe orden de penetrar con su Unidad en Badajoz, siendo agregados a él, para este fin, una Sección de ametralladoras y un cañón de 7 centímetros.

Inmediatamente se emprende el avance, llevando en vanguardia a la 1ª Sección. Sin gran resistencia se toma la Comandancia militar, continuando más tarde a la cárcel, donde son libertados numerosos detenidos, así como puestos en libertad, en el Cuartel de la guardia de Asalto, numerosos guardias civiles y guardias de Asalto (posiblemente se daba a un error a causa del desconocimiento del redactor del informe. Las dependencias de la guardia de Asalto estaban ubicadas en el Cuartel de San Francisco, actual sede de la delegación de Hacienda y edificio situado encima de Caja Badajoz, donde estaba acantonado el Regimiento de Infantería Castilla 16 antes de su traslado al Cuartel de Menacho, en las afueras de la ciudad. El lugar en el que estaban detenidos los guardias civiles y guardias de Asalto sublevados era, como sabemos, el antiguo Convento de San Agustín y sede del Regimiento de Infantería Gravelina 41, antes de su unificación con el Castilla 16, que es al Cuartel al que se refieren en este informe).

Más tarde se avanza sobre la catedral, de donde se recibe fuego. El cañón, puesto en posición, abre fuego contra la puerta (esta puerta cañoneada por los rebeldes fue la puerta del Cordero), la cual es atravesad por los proyectiles, que explotan dentro. Por fin, después de mucho trabajo, la 1ª Sección consigue abrir la puerta y reducir dentro de la catedral a los milicianos que aún la defendían. Con este último episodio termina la ocupación de Badajoz.

El día 15 es revistado por el Teniente Coronel primer Jefe, quien dirige a la Bandera su felicitación por la actuación, concediéndole al Guión de la Bandera una corbata con la inscripción “Campaña anticomunista de Andalucía”.
El 16, al mando de su Unidad, y en camiones, marcha a Mérida.

Mientras tanto, en las calles de la ciudad se había organizado la caza humana. Legionarios y regulares detenían a todas las personas que encontraban en su camino y les abrían las camisas para mirarles los hombros, buscando señales de las culatas de las armas. Muchos desgraciados fueron asesinados sobre el terreno, ya que si tenían esas señales se les disparaba allí mismo.

Poco a poco fueron apareciendo las primeras camisas azules de falange que más tarde serían legión. Muchas personas que no las tenían, aunque después juraron haber sido simpatizantes de Falange desde su fundación, se anudaron un pañuelo blanco en el brazo derecho y saludaban, brazo en alto, a todos los oficiales con los que se cruzaban. Estos falangistas de nuevo cuño colaboraron activamente en las detenciones, denunciando e indicando dónde se habían refugiado los milicianos huidos.

Siendo Badajoz ciudad fiel a la República, en la que se celebraban manifestaciones a las que acudían miles de personas, no se comprende de dónde salieron tantos falangistas después de su ocupación.

Hacia las seis de la tarde había cesado toda resistencia y la ciudad estaba prácticamente en manos de los rebeldes, aunque desde diversos puntos se seguían oyendo los disparos bajo los que cayeron asesinadas en plana calle muchas personas.
En el Palacio de la Diputación también se había refugiado un nutrido grupo de personas que, al ser desalojadas, muchas de ellas fueron asesinadas en la esquina de las calles Felipe Checa y Hernán Cortés. Para empapar la sangre de esta masacre se utilizaron rollos de papel de embalar procedentes de los Almacenes La Paloma.

Sobre las seis y media de la tarde apareció en San Juan, procedente de la calle Encarnación, un grupo de mujeres. Entre ellas caminaban algunos hombres que trataban de pasar desapercibidos. Cuando algún legionario o moro intentaba identificar a estos hombres, las mujeres les hacían carantoñas y zalameos distrayéndoles. En la esquina de la calle San Juan con la de la Soledad descansaba sentado un legionario herido en la cara que se fijó en el grupo, y ante la sorpresa de todos los presentes lanzó un grito e incorporándose se abalanzó sobre ellos diciendo “¡Ven aquí, maricón!”.

Este legionario pertenecía a la IV Bandera y había reconocido a la persona que la tarde anterior les había hecho frente desde el puente del Rivillas, consiguiendo, además, salir indemne a los disparos de los legionarios.

Esta persona que no era otra que “el Cateto”, al verse reconocido comenzó a correr calle Soledad abajo. En su carrera recogió un fusil de los muchos que habían abandonado los milicianos en su fuga. Al verse acorralado buscó refugio en un portal situado un poco más arriba del local de Muebles Salas y desde allí abrió fuego contra los que le perseguían, impidiéndoles acercarse.

La alarma cundió rápidamente por la zona y muchos soldados que vagaban por los alrededores preguntaban qué pasaba, respondiéndoseles que era “el maricón de ayer” y aunque no todos sabían a qué se referían, los que el día anterior habían disparado contra él sin conseguir darle se propusieron cogerlo a toda costa.

Sin embargo, no había manera de acercarse ya que “el Cateto” cubría perfectamente la calle desde su precario refugio. (Por lo visto intentó entrar en el domicilio, al que se accedía por una escalera, pero no pudo entrar porque sus propietarios no abrieron). Desde el exterior se le amenazaba de muerte si no se entregaba, pero él no hizo caso. Esta negativa a entregarse y la dificultad que suponía acercarse a él con el consiguiente riesgo de resultar herido o muerto, ahora que lo peor de la batalla había pasado, exasperó de tal manera a los legionarios, que determinaron efectuar un ataque en toda regla.

Para llevarlo a cabo decidieron atacar simultáneamente desde ambos extremos de la calle. Muchas personas oyeron los gritos que los legionarios se daban desde un extremo a otro para coordinar los movimientos y aunque “el Cateto” también los oía, nada podía hacer sino mantenerse firme, ya que por lo visto, la rendición no entraba en sus planes. (Algunas personas han manifestado que formó parte de los piquetes que cometieron los asesinatos que ya tratamos. Lo que explicaría, en cierto modo, esta negativa a rendirse). De esta manera se lanzaron al ataque desde ambos flancos, sin importarles ya nada, tanto era el enfado que tenían.

“El Cateto” prácticamente no pudo hacer nada, ya que al avanzar los legionarios pegados a la pared, debía descubrirse para disparar hacia un lado o hacia el otro, por lo que rápidamente llegaron hasta él. Fue fusilado en la misma calle.
Una vez dominada totalmente la situación en el interior de la ciudad, se establecieron controles en las distintas salidas. En estos controles se registraba a las personas que intentaban salir, deteniendo a gran número de ellas y a los que, por extraño que parezca, pretendían hacerlo con armas ocultas o tenían en sus hombros la marca fatídica, se les ejecutaba sobre el terreno.
Salud.


FUENTE:
guerracivil.forump.es